Cardo
¿qué es un cardo? ¿una flor? ¿un
yuyo? ¿qué es esa línea que se eleva de la tierra, rodeada de espinas y
coronada por ese pelambre violeta que parece un pequeño patio de pasto
descuidado y malcrecido? ¿acaso las señoras y los señores amantes de la jardinería,
acaso los jardineros, cultivan cardos para decorar sus jardines y terrazas?
¿qué es un cardo? ¿un yuyo? ¿una
flor? ¿qué es esa luz violeta que brilla en lo alto de la torre de espinas
verdes, ese resguardo de belleza tan parecido al alma? ¿acaso la magia sólo
existe para quienes de verdad saben mirar
más allá de lo que se ve, de aquéllo que los ojos ubican como belleza siguiendo
dos o tres principios superfluos, insensatos, faltos de imaginación y repetidos
hasta el hartazgo?
*
Cuando era más chica, los pibes
del barrio se entretenían pateando la flor de los cardos del campito, que salía
volando como una cabeza degollada, dibujando curvas perfectas en el aire.
*
El cardo tiene ese lugar de
hierba que crece en cualquier lado, tiene también eso de que no se le presta
mucha atención, o se lo patea por los aires. Tiene ese lugar de maleza. Tiene
-además- una flor de color púrpurazulado que me recuerda a las profundidades de
un río de montaña o el sabor dulce de las frambuesas. La textura suave al tacto
contrasta inevitablemente con la corona que la rodea, ese mandala de espinas
verdes que la sostiene, redondo, escapándose hacia la tierra en línea directa,
trazando caminos que unen más flores y coronas de espinas verdes. Tiene también
ese lugar de la magia, de lo aparentemente imposible.
Estas poesías tienen el mismo
lugar doble: de maleza y magia. De espina y luz. De trazos que nacen de la
tierra pero también que saben del río, del poder de los reinados y de la fuerza
de los estereotipos. Es una voz de hierba, que crece en cualquier lado. Es
también un suave refugio, pedazo de alma que está ahí, rodeada de espinas, a
merced del viento y las patadas.