MÁQUINA-ÁRBOL
(12
de agosto de 2011)
La
sangre por fin fluye para afuera. El río empieza a moverse lento, dibujando
curvas en mi territorio. Descanso. Escuchar más la vibración de las cosas,
escuchar más para decidir más minuciosamente, como un experto archivista
descifrando el significado escondido de las letras borradas por el tiempo, el
corazón agudiza su ritmo para llevar la sangre a aquellos lugares más
necesarios, para prestar mayor atención a los indicios del cuerpo, ésta
máquina-árbol que parece artificial pero de manera externa, y es artificial
tanto como el interior.
Es
todo máquina que danza y grita en la tierra de los edificios. En el bosque de
cemento donde se elevan las montañosas autopistas. El cuerpo y la cabeza son
máquinas y maquinarias. El corazón es maquinista. Pero a veces se distrae y
olvida, como si existiera el automático, y las máquinas andan solas o
acompañadas, pero desvestidas de sentido… errantes, girando en torno a un eje
invisible… circulando por un circuito cerrado.
Se
chocan entre sí, se chocan con las paredes de los árboles-edificios. Se
tropiezan consigo mismas o se quedan quietas, sin baterías, esperando que el
corazón enardezca, levante los pies y los brazos, corra hacia ellos como en un
sueño a través de las nubes, las abrace, las atraviese, huela sus engranajes
saturados de grasa y desatornille de a poco las articulaciones, inyectando
sangre, invadiendo el espacio vacío, inundando con risas y llantos los
circuitos dedicados a problemas técnicos.
Entonces
las máquinas recuerdan su condición de árboles, dejan que sus manos se sacudan
con el viento y que sus sonrisas floten de flor en flor en primavera. Aceptan
que algunas cosas viejas se caigan en el otoño para disfrutar de la desnudez
del invierno y de paso tener excusas para pedir más abrazos. Las
máquinas-árboles se riegan con el agua de los besos en verano y extienden
raíces y dispersan semillas y se comunican con el bosque a través de los
sentidos, del temblor en la piel que produce el encuentro.
Así
es que el cemento se parte, se descubren los colores de las hojas, los callos
del tronco, las vueltas de los ramajes hasta encontrar el sol.
La
tierra se fertiliza y allí donde quedó una grieta crece una nueva máquina,
verde, rebelde y con el corazón palpitando lleno de savia.
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